Como ya introduje en el post fundacional de este blog, me dedico a escribir sobre fruslerías, lo que se me pasa por la cabeza delante del editor de textos, de modo que me perdonarán que no me lo curre demasiado y aproveche el tema del conflicto catalán para introducir este post.
Vengo de vacaciones a Tenerife catorce días con la intención de relajarme y dormir el máximo de horas posible. Por supuesto que también quedo con mis amigos, de terrazas, de almuerzos, desayunos, cenas y meriendas y, como me conocen y aparentemente tienen cierto respeto por mi opinión política, me preguntan por la independencia de Cataluña. Les dejo que ellos introduzcan la discusión y analizo el terreno, porque quiero descansar. Respondo con vaguedades y me mantengo dentro de una opinión aceptable para la audiencia en cuestión. Entonces me preguntan si estoy hasta las narices del tema.
Yo venía a descansar y el tema me interesa, pero desde lejos; no me apetece el sobreesfuerzo de entrar en discusiones sin más finalidad que hacerme escuchar. Todos tenemos soluciones para todo y todos tenemos razón, así que, ¿para qué discuto? Si estamos de acuerdo, probablemente me sienta mejor, pero, ¿y si no? Yo venía a dormir, a no hacer nada. Y la gente, mis conocidos, mis amigos, quieren contarme lo que piensan o lo que piensan los otros, de verdad que lo están deseando. Sinceramente, me da igual. Solo quiero levantarme dos horas más tarde, echarme la siesta con el ventilador puesto. «Joder, te veo un poco pasota». Pues sí, yo venía a descansar.