Camino por la calle, me siento en el metro, almuerzo en un garito… escucho conversaciones ajenas. Es de mala educación, dicen, pero es que algunos vocean las ideas. A veces tampoco me interesa lo que están contando y me lo tengo que tragar igual, y tampoco me quejo; así que tengo derecho a espiar las tonterías que me apetecen.
Escucho a las personas y me doy cuenta de que todas tiene razón. Se quejan del compañero cabrón, del jefe cabrón, del mundo cruel, de cómo hacen las cosas los muy cabrones, y es evidente que tienen razón. Las otras personas asienten, añaden, replican, pero no demasiado, porque estas personas también tienen razón, aunque no compartan lo que oyen; al fin y al cabo son educadas. Pues claro, igual que yo, que no me estoy enterando de la mitad y aun así no estoy de acuerdo.
Me siento extraño por un segundo y me pregunto si soy tan cretino como ellos o si, por suerte, pertenezco al diez por ciento que no lo es… Pues será lo segundo, de otro modo no tendría razón… Qué va a ser. Tengo razón, sí, no como el tipo de al lado, ese que está sentado en el asiento de enfrente, sí, ese, el idiota que lleva media hora soltando chorradas y no tiene ni puta idea de lo que está diciendo.